¿Fue Julio César el primer emperador?
¿Fue Julio César el primer emperador?
La idea de que fue Julio César el primer emperador aparece en numerosas publicaciones de divulgación pese a los esfuerzos de los historiadores por desterrar este dato erróneo.
La carrera política de Cayo Julio César
En demasiadas ocasiones nos encontramos en revistas y medios de divulgación que Julio César fue el primer emperador de Roma. Una afirmación que, por más que historiadores y divulgadores serios se empeñan en desmentir una y otra vez, sigue aflorando cada cierto tiempo para desesperación de los especialistas. Cayo Julio César no fue el primer emperador de Roma. Vamos a exponer aquí los motivos por los que no se puede considerar como tal a esta figura.
Cayo Julio César nació a finales del siglo II a.C. en el seno de una familia patricia romana con escaso prestigio y limitada influencia política. Sabemos de hecho que en su juventud vivió en la Subura, el barrio más populoso y humilde de la Roma de su tiempo. César era, además, sobrino político del célebre Cayo Mario, un parentesco que le supuso no pocos problemas durante la dictadura de Sila, el que había sido su encarnizado rival en la guerra civil. Pese a estas dificultades, la habilidad y el carisma de César le llevaron a escalar lentamente en el cursus honorum hasta convertirse en uno de los jóvenes más prometedores de su generación. Ejerció con acierto y honor como tribuno militar, cuestor, edil y pretor, destacando por su oratoria y su implacable ambición. Aunque se ganó poderosos enemigos, supo aproximarse a algunos de los más grandes personajes políticos de su tiempo, como Pompeyo y Craso, así como la cercanía y el respeto de otros como Cicerón. De este modo, César logró ser nombrado cónsul y se lanzó al año siguiente al que sería su gran proyecto: la conquista de las Galias.
En sólo unos años César puso a los pies de Roma una cantidad de territorio como nunca antes se había conquistado en un periodo tan breve. Su éxito, sin embargo, despertó los miedos y recelos de algunos senadores, que empujaron a Pompeyo a oponerse a César hasta el punto de que la guerra civil entre ambos fue inevitable. César triunfó también en este conflicto, y, ya libre de oponentes, pudo dedicarse a afianzar la base de su poder y acometer las reformas políticas que a su juicio necesitaba la República romana. Julio César alternó diferentes títulos, como el de cónsul y el de dictador, y acumuló poderes hasta que un grupo de senadores, temerosos de que su gobierno acabara en una tiranía consolidada, lo asesinaron en las Idus de marzo del 44 a.C.
Aunque resulta indudable que César acumuló tanto poder como ningún otro romano había logrado desde la caída de los reyes, es inadecuado afirmar que en él encontremos al primer emperador. El Imperio fue una estructura de gobierno creada después de la muerte de César y de varios años de guerra civil, cuando su heredero, Octaviano, derrotó a Marco Antonio y logró establecer su propia base de poder, que duró hasta su muerte. A diferencia de César, Octaviano, que ha pasado a la historia con el título honorífico de Augusto, sí se considera de forma unánime el primer emperador. ¿Por qué se ha tomado esta determinación?
El primer emperador: César frente a Augusto
En primer lugar, César fue un político de mentalidad republicana que no superó nunca la visión de las instituciones que compartía con los hombres de su propia generación. Incluso en los momentos de mayor acaparamiento de poder, César se mantuvo apegado a las instituciones republicanas, transformándolas a su gusto pero manteniendo hasta cierto punto su esencia. No sabemos qué habría hecho de haber sido su vida más larga. Los rumores de que pretendía coronarse como rey o consolidar la figura del dictador perpetuo estuvieron entre los motivos que sus asesinos esgrimieron para justificar sus actos. Sin embargo, la realidad es que César no llegó a dar ese paso. Posiblemente no tuvo tiempo para afianzarse en el poder y acometer las reformas necesarias. ¿Lo habría hecho César de no haber caído a manos de los conjurados? Nunca lo sabremos.
Augusto, sin embargo, gobernó en una Roma agotada tras décadas de guerras civiles en la que además no existía ningún político o militar capaz de oponer resistencia a sus proyectos. Habiendo aprendido de la experiencia de su padre adoptivo y conociendo a la perfección los miedos y la ideología de la clase aristocrática romana, Augusto creó un nuevo poder autoritario bajo la ficción de la legalidad republicana. Aunque es un tema complejo, se pude resumir de forma simplificada en un hecho, que es la asunción por parte de Augusto del imperium proconsular perpetuo y superior, y de la tribunicia potestas. Lo primero le proporcionaba el mando militar sobre todas las legiones y sus comandantes. Lo segundo le investía con los poderes de los tribunos de la plebe (carácter sagrado y derecho de veto), así como con el carácter simbólico de defensor de los derechos del pueblo.
Augusto hizo esto además de forma consciente y sistemática, con el objetivo muy claro de establecerse no solo él mismo en el poder sino de legarlo a sus herederos. Ésta es otra de las grandes diferencias entre César y Augusto: el primero no dio nunca señales de pretender crear una línea sucesoria que heredara sus poderes. Augusto, incluso con todos los problemas que se le presentaron, conservó siempre como una de sus grandes obsesiones tener cerca a un heredero al que poder legar su patrimonio y su posición de supremacía en el estado romano.
Podemos resumir, por tanto, que César, bien por falta de visión política, bien por falta de tiempo, nunca pretendió crear una nueva estructura que superara la legalidad republicana y se perpetuara en el tiempo. Fue Augusto quien, de forma consciente y sistemática, creó el nuevo cuerpo político y legal sobre el que se sustentó todo un nuevo sistema que sería conocido posteriormente como el Imperio.
Podemos concluir por tanto que Julio César no fue el primer emperador, sino que este título debe recaer de forma incuestionable en su heredero, Augusto.
PARA SABER MÁS…
Julio César. Un dictador democrático, de Luciano Canfora
César, de Adrian Goldsworthy

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