Por una divulgación histórica de calidad
En el siglo XXI los medios que historiadores profesionales y aficionados tenemos a nuestra disposición para divulgar nuestros conocimientos han aumentado de forma exponencial. Lejos quedan ya aquellos tiempos en los sólo los escritores con acceso a las editoriales y a los medios de comunicación escritos y audiovisuales contaban con el lujo de poder llegar con sus obras a un público más o menos grande. Hoy cualquiera con un ordenador, un teléfono o una tablet, y unos mínimos conocimientos básicos de informática o redes sociales puede crear un contenido y hacer que llegue a millones de personas en todo el mundo con sólo un simple click. De las páginas de los libros y las revistas se ha dado el salto a las pantallas digitales, multiplicando las posibilidades tanto de aumentar nuestros conocimientos como de compartirlos.
Por desgracia, esta revolución, que ha tenido un saldo eminentemente positivo, presenta también una cara negativa. Que cualquiera pueda lanzarse a la tarea de la divulgación implica también que un no desdeñable número de personas con no muy loables intereses hayan hecho de la mala divulgación todo un arte. En la red proliferan los blogs, los canales de YouTube, las cuentas de Twitter y páginas de Facebook en los que, bajo la apariencia de la divulgación de la Historia, se da cabida a todo tipo de contenidos engañosos, sin contrastar con las fuentes y alejados de cualquier investigación seria. En el mejor de los casos esto es resultado del trabajo de personas bien intencionadas que, sin embargo, desconocen que detrás de la Historia existe un método, unos límites y, ante todo, una ética profesional. En el peor de los casos estamos ante auténticos expertos en camuflar mentiras para hacerlas parecer verdades históricas, con fines políticos, económicos o de otros tipos. En ambas situaciones, un público poco informado y con escasa capacidad crítica es víctima de esta divulgación y acaba aceptando tópicos como realidades y auténticos inventos como hechos contrastados. La Historia, mientras tanto, yace en el barro, mancillada y pervertida, sin que nadie acuda en su auxilio.
En Los Porqués de la Historia creemos que es posible una divulgación de la Historia que sea amena y al mismo tiempo rigurosa. Que llegue a un público amplio, pero que no sea vulgar. Que sea accesible, pero que exija al lector un compromiso mínimo con la disciplina. Una divulgación, en definitiva, que nos haga mejores a todos, a los lectores y a los divulgadores, y que sea capaz de generar un debate honesto y fructífero que nos permita alcanzar un conocimiento más profundo de nuestras raíces.