¿Cuáles eran los poderes del dictador en la República romana?

¿Cuáles eran los poderes del dictador en la República romana?

La dictadura fue una magistratura extraordinaria que los romanos crearon para momentos de emergencia o crisis extrema. Nombrar un dictador suponía la suspensión inmediata del sistema político republicano y de las limitaciones en el poder que habitualmente afectaban a los magistrados. El elegido asumía un poder casi absoluto, sobre soldados y ciudadanos, sin que otros magistrados, incluidos los tribunos de la plebe, o asambleas pudieran oponerse a sus designios.

Para limitar de algún modo este poder desmedido el cargo de dictador estaba limitado a un máximo de seis meses, pudiendo y debiendo el elegido abandonar antes sus poderes si a crisis en cuestión había sido resuelta. En el momento en el que el dictador abandonaba el cargo se procedía a elegir magistrados de forma ordinaria, de modo que la República recuperaba su funcionamiento habitual. 

Existe una cierta controversia acerca de si los dictadores podían ser llevados ante los tribunales por las decisiones tomadas durante su mandato o por el contrario estaban protegidos de cualquier acusación posterior. 

El dictador elegía además a un segundo al mando para que le ayudara en su cometido: el magister equitum. Tenía unos poderes muy semejantes a los del dictador, pero siempre estaba subordinado a éste, finalizando el mandato de ambos al mismo tiempo. 

Dictadores en la crisis de la República

Elegir un dictador fue un recurso habitual durante los primeros siglos de existencia de la República hasta la Segunda Guerra Púnica. No había connotaciones negativas en el cargo y los romanos lo asumían con total naturalidad como parte de su sistema. Sin embargo, la magistratura cayó en desuso desde finales del siglo III a.C. En el siglo I a.C. fue recuperada por Lucio Cornelio Sila para dar forma legal a su poder personal absoluto impuesto por las armas y e terror. Sin duda fue con Sila cuando la dictadura quedó teñida de una connotación  negativa y asociada de forma definitiva a una ambición poco sana para la República. Sin embargo, aunque Sila no respetó el límite tradicional de seis meses impuestos a los dictadores, sí que abandonó el cargo cuando consideró que la crisis que tenía entre manos estaba solucionada.

Cuando, tres décadas más tarde, Julio César triunfó en la guerra contra Pompeyo dio un paso más allá y se proclamó dictador vitalicio. Esto era más de lo que la aristocracia romana podía soportar, ya que el título no era más que una monarquía encubierta. La suerte de César estaba echada. 

PARA SABER MÁS…

Roldán Hervás, José Manuel, «Historia de Roma I: La República romana»

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