Alcaldes de Madrid. El duque de Sesto
Alcaldes de Madrid. El duque de Sesto
José Osorio y Silva, duque de Sesto
La villa de Madrid ha contado a lo largo de su historia con una gran cantidad de políticos al cargo de la administración de los asuntos públicos de la ciudad. Algunos son recordados por los anales, ya que no por los madrileños, como grandes ediles que entregaron sus mejores años a hacer de Madrid una ciudad mejor. Una de estos grandes políticos que tuvo en sus manos los asuntos municipales en Madrid fue José Osorio y Silva, conocido como el duque de Sesto o, de forma común, como Pepe Alcañices. Es una opinión unánime que el duque de Sesto fue uno de los mejores alcaldes con los que ha contado la ciudad, pudiendo marcarse un antes y un después de su gestión edilicia en la capital de España.
El duque de Sesto ocupó la alcaldía de Madrid en los turbulentos años que precedieron a la caída de la monarquía de Isabel II en 1868 con el estallido de la llamada Gloriosa Revolución. Alcañices fue desde su más tierna juventud uno de los solteros más codiciados de la aristocracia española, no sólo por su enorme fortuna y la cantidad de títulos nobiliarios que atesoraba, sino por su trato amable, su erudición y su buena presencia. Su patrimonio le permitió formarse y viajar por las principales ciudades de Europa, acumulando unos conocimientos y experiencias que le serían muy útiles posteriormente en su etapa como alcalde de Madrid. Como ferviente monárquico, el duque de Sesto se movió siempre en los círculos de poder controlados por el general O’Donell, lo que le valió ser nombrado presidente del Consejo de Ministros en una época en la que los cambios en la corte eran constantes.
Fue el mismo general O’Donell, que por aquel entonces gozaba de la máxima confianza de la reina Isabel, quien nombró a Pepe Alcañices alcalde Madrid, un cargo que ostentaría desde 1857 hasta 1864, un periodo de tiempo extraordinariamente largo para la inestabilidad política de la época. Sus ocho años como alcalde le permitieron hacer reformas a largo plazo que no estuvieron al alcance ni de sus predecesores ni de sus sucesores. Al mismo tiempo que ejercía su labor como edil de la ciudad, el duque de Sesto forjaba una estrecha relación con el joven príncipe Alfonso, el futuro Alfonso XII, que vio y trató siempre a Pepe Alcañices como la figura paterna que nunca estuvo presente en su vida.
Las reformas del duque de Sesto
Una de las primeras medidas que tomó como alcalde el duque de Sesto estuvo dirigida a hacer de Madrid una ciudad limpia, libre de los malos olores endémicos de muchas de las grandes ciudades de la época. Acostumbrado por sus viajes a la limpieza y el civismo de ciudades como París y Viena, el alcalde quiso erradicar costumbres como las de orinar en la vía pública, costumbre que estaba muy extendida entre los madrileños. La cuestión de dónde debían hacer sus necesidades los habitantes de Madrid ya había sido abordada por el rey Carlos III un siglo atrás, pero fue el duque de Sesto el que avanzó en la solución del problema gracias a un decreto según el cual se imponía una multa de veinte pesetas, una cifra considerable para la época, a todo el que fuera sorprendido orinando en un espacio público. Además de las multas, el alcalde ordenó la creación de una gran red de urinarios públicos que estuvieran abiertos a todos los madrileños que desearan usarlos. Aunque las consecuencias de estas medidas se pudieron notar casi de inmediato en la desaparición de los malos olores en la ciudad, los madrileños, siempre rápidos para la crítica y el chiste mordaz, le dedicaron a su alcalde unos versos que han pasado a la historia:
¿Cuatro duros por mear?
¡Caramba, qué caro es esto!
¿Cuánto cobra por cagar,
el señor duque de Sesto?
Además de las medidas de limpieza, Pepe Alcañices trató de poner remedio a la gran cantidad de personas sin hogar, huérfanos, alcohólicos y mendigos que poblaban las calles de Madrid y que tan bien retrató Benito Pérez Galdós en sus novelas. En su mentalidad decimonónica no entraba, por supuesto, la erradicación de la pobreza por medio de medidas de justicia social, sino simplemente una mejora en las condiciones de vida de aquellos que habían nacido para ser pobres. La principal medida que tomó el duque de Sesto en este sentido fue la creación con dinero municipal de diversas casas de socorro que acogieran a estas personas y les brindaran algún tipo de tratamiento.
El duque de Sesto era también un gran amante de las artes, y convencido de la necesidad de proteger el rico patrimonio de Madrid, decidió hacer un inventario fotográfico de los principales monumentos y fuentes de la ciudad, inventario que por desgracia no llegó a ser terminado. Como gran apasionado del uso de la recién inventada cámara fotográfica, ordenó la creación de un registro gráfico de delincuentes de todo tipo, de forma que los testigos de un crimen pudieran reconocer si el autor era reincidente. Un gran paso, sin duda, en el desarrollo de la ciencia policial.
Con la caída de Isabel II, el duque de Sesto partió al exilio junto a la reina, siendo desde ese día su único objetivo el ver al príncipe Alfonso convertido en el rey de España. Pepe Alcañices llegó a ver cumplido ese deseo años después, convirtiéndose en una figura de gran importancia en la corte del nuevo monarca hasta la prematura muerte de éste.

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