¿Por qué se llama gatos a los madrileños?

¿Por qué se llama gatos a los madrileños?

Gatos madrileños

Por todos es conocido que el término “gato” puede ser utilizado para referirse a un madrileño en general o, de forma más apropiada, para un madrileño cuyos padres y abuelos también hayan nacido en Madrid. Lo cierto es que esta segunda acepción del término es de difícil aplicación, debido a que la inmensa mayoría de los habitantes de la ciudad descienden en mayor o menor grado de inmigrantes llegados desde todos los puntos de España. Si ceñimos el apodo de “gato” a esta segunda definición, podemos decir sin miedo a equivocarnos que pocos “gatos” hay en Madrid.

¿De dónde procede este apodo? ¿En qué momento histórico se comenzó a llamar “gatos” a los madrileños? Algunos creen, de forma errónea, que el origen de este nombre procede del llamado “motín de los gatos”, un levantamiento de los habitantes de Madrid que tuvo lugar en 1699, en tiempos del rey Carlos II, contra la subida del precio del pan. Las historias populares, más que la Historia real, cuentan que los madrileños se subieron a los tejados para escapar de las autoridades que trataban de reprimir la propuesta, de donde procedería el apodo de “gatos” para un pueblo levantisco que utilizó las alturas con habilidad felina para combatir a quienes trataban de reprimir la protesta. 

Lo cierto es que, subidos a los tejados o no, en 1699 el apodo de “gatos” ya estaba asentado entre los madrileños, por lo que este levantamiento que costó su puesto a algunos ministros del rey Carlos II recibió el nombre de “motín de los gatos” simplemente por haber sido protagonizado por el pueblo de Madrid.

Los primeros madrileños gatos

Para encontrar la referencia más antigua al mote de “gatos” hay que retroceder en el tiempo centenares de años, en concreto, hasta el siglo XI d.C. En plena Reconquista, el rey Alfonso VI, rey de León y de Castilla, empeñado en extender el dominio de sus reinos al sur del Sistema Central a costa de los débiles reinos de taifas islámicos, atacó el paso natural que llevaba de la Submeseta Norte al valle del Tajo y a la rica ciudad de Toledo. Este paso estaba guarecido por un castillo, en torno al cual había crecido una pequeña villa conocida como Mayrit

La función de este castillo, emplazado en lo que hoy es la Plaza de Oriente, era precisamente controlar y defender el camino que llevaba hacia el valle del Tajo, y con tal fin había sido construido por los musulmanes siglos antes. Aunque hoy en día la mayoría de los historiadores consideran que la villa fortificada de Mayrit capituló ante Alfonso VI sin oponer resistencia para evitar sufrir las consecuencias de un asedio, las crónicas medievales y los relatos heroicos y caballerescos hablan de un enfrentamiento entre las tropas cristianas y las islámicas por el control de la plaza. Lo cierto es que Alfonso VI tenía que conseguir el sometimiento de Mayrit para acometer lo que sería su golpe definitivo al poder islámico en la zona: la conquista de la ciudad de Toledo. Sin embargo, Mayrit contaba con unas poderosas murallas que la defendían, por lo que el ejército del rey cristiano tuvo que acampar a sus puertas y prepararse para la lucha. Por mucho que se esforzaban el monarca y sus generales, las murallas parecían inexpugnables. Y lo fueron, hasta que un soldado cristiano, ayudándose con su daga, consiguió trepar hasta lo alto de la muralla. Ante tan valeroso y ágil gesto, los soldados cristianos exclamaron entusiasmados que su colega parecía un “gato” escalando con sus manos por las piedras del muro. Envalentonados por este acto, el ejército de Alfonso VI se encaramó a las murallas y tomaron Mayrit al asalto. 

Cuando la ciudad cayó en manos cristianas, el soldado que había realizado la gesta de trepar la muralla fue cubierto de honores, convirtiéndose en uno de los nuevos amos y regidores del Mayrit cristiano. La leyenda cuenta que cambió su apellido por el de Gato, y que sus descendientes ocuparon cargos de responsabilidad durante varios siglos. Hay incluso quien afirma que el poeta madrileño Juan Álvarez Gato, en cuya memoria se denomina actualmente el Callejón del Gato, en el centro de Madrid, sería descendiente de este soldado de Alfonso VI. Algo poco probable ya que éste era un judío converso y no un cristiano viejo, como correspondería a un miembro de una familia de tanta antigüedad.

Como vemos, el origen del apodo de “gatos” para los madrileños se pierde entre las brumas de la leyenda que envuelven la Historia Medieval de Castilla. Existiera o no este aguerrido soldado, las generaciones posteriores creyeron que el mote que recibían los madrileños se lo debían a su heroico comportamiento, dando así un fuste ilustre a la ciudad que se convertiría con el correr de los siglos en la capital de España.  

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